Jeremías,
tu osadía de pirata negro al asalto de un castillo de cartas de caña y madera de inmortal caníbal de su propia alma han cautivado mi atención. Tus dientes me recuerdan a un perfecto abrelatas vivo y huido de la dimensión de los sueños a traficar en este mundo su propia sangre, tal cual la dejaste sobre una viga saliente como una península en el aire al pie de un balcón de cuarto piso con vista al mar.
¡Oh, rata! ¿Cómo subiste hasta ahí? Nunca olvidaré tu cola de cordón de carne colgando como cuerda de escape ni tu cuerpo de botella inflable, cargada como bomba molotov. Tus patas agresivas de abuelita brava, tu nariz astuta de antropólogo de lo comestible y tus fauces abiertas de grito final revelaron tu nombre en el soplido rojo del horizonte.
¡Oh, salvaje Jeremías! ¿Por qué moriste como andinista enganchado a una peña en espera de los carroñeros? ¿Dónde están tus hermanos kamikaze, bailarines paganos de la Tierra?
Como amigo y abogado, por su bien te lo aconsejo: ¡no lo digas! hay tantos que te odian solo por tus barbas rojas y tu descaro de sobreviviente del Cretácico. Por su bien, espero que no estén en la bodega. ¿Cuántos pueblos más están dispuestos a treparse como entes del caos en busca de liberación?
Y ahora que te he enterrado bajo la palmera, hermoso Jeremías, en descomposición de cinco días en granos de arena, voy a tomarme un ron en tu memoria y celebraré la suerte de que tú no me hayas encontrado a mí. Pero quién sabe lo que hubieras hecho con mi cuerpo, quién sabe cuál sea tu forma de mostrarme respeto sino como la energía viva en tus venas eternas de la idea que eres en el cerebro de la Tierra.
¡Salud y anarquía, mi querida rata! Los piratas persistiremos más allá del fin de la historia en el sueño de un niño salvaje.
-La Hyena
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