Hace cuatro días salí en una first date de película, con una chica pintada el pelo de azul eléctrico. De entrada nos conectamos en la conversación, fuimos adquiriendo confianza y de a poco, como la marea, fuimos subiendo el tono y acariciando la confianza. Como gente, nos muchamos, nos quisimos mucho ese día, me invitó a su casa y dormimos juntos en su cama, cuales gatos en caja de zapatos. Si los amores duran para siempre, la eternidad cabe en un segundo, como la reverente llama de un fósforo. Sin embargo, con mi nariz entre sus pelos, me preguntaba yo si la amaba más allá de este instante y no surgía en mi cabeza ninguna respuesta. Como las soluciones alejandrinas a los acertijos gordianos no me gustan, me alegré y no le dije nada. Entonces, probando la misma confianza, comencé a jugar con ella, a acariciarla y de a poco, como el agua caliente a través de la ropa, todo su cuerpo conoció mis manos y se deleitó en ellas. Ella también me acarició con hambre y gozamos en el cuarto sin luz, en la oscuridad de los ojos cerrados. Y así, amándonos de ese modo, nos quedamos dormidos. Antes de entregarme al caos de los sueños, recordé una conversación con una chica, cuando dijimos cada persona es una bomba: cuando despierte, me dije, si despierto, debería estar preparado para cualquier explosión. Uno nunca sabe si está durmiendo con un destructor de civilizaciones detrás de un antifaz de letras.
En la mañana, como suele ocurrir en las películas porno, me invitó bañarme con ella y cuando estuvimos desnudos bajo la ducha, me detuvo con su mano tibia en el centro de mi pecho, mientras con la otra sostuvo la típica navaja de peluquero y me dijo “¿puedo afeitarte el cuello?”, mientras me miró a los ojos con carita de niña inocente y me dije “¿será traviesa?”. La noche anterior, conversando en el carro, no le di importancia a la gran distancia que hay desde el pueblo hasta su casa, tampoco me preocupé, cuando entramos besándonos y dejando la ropa al paso, que había algunos cuartos cerrados con candados. Mirándola a los ojos y a su pelo, entonces, no pude negar la posibilidad de que el Barba Azul de nuestra época sea una mujer; ¿acaso la ducha no es el lugar perfecto para un asesinato desnudo? Yo al menos no asesinaría a nadie en mi cama. Cuando le pregunté “¿por qué?”, me dijo “es una costumbre cariñosa”. Le dije “bueno” y me cortó el cuello. Caí debajo de sus ojos serenos como un mar verde, su sonrisa carnosa de labiosa sabida, sus pechitos redondos y vibrantes, su ombligo pálido me llevó a la playa, su pelo castaño oscuro y churón me recordó a un helado caliente y salado y entonces ella se transformó en sirena y me golpeé contra el cemento debajo del agua de la ducha, sin conciencia del dolor que estaba ahí como una aguja en la mano y cuando vi el desagüe frente a mi nariz, lo supe todo, lo entendí, recuperé un instante del presente total de mi percepción y vi sus pies peludos dejar el baño.
Entonces me desperté en su cama. (¡Amagados!, no, yo morí hace tres días; morí como nadie jamás ha muerto en un baño o eso creo. Y que conste que no me vi Sicosis, traté de verla, no creo que caché mucho y me abrí casi enseguida…)
Me levanté de la ducha y tal cual un undead en ese momento descubrí que la muerte nunca existió. Mi herida no estaba, pero estaba muy seguro, demasiado, sabía, conocía mi memoria, la quiero mucho a mi memoria, la respeto: me habían matado de la forma más limpia, caí como conejo en trampa de un especista de la mierda. Me pregunté “¿Acaso los animales sí mueren? ¿Será que nunca fuimos animales? ¿Seremos de otro planeta, unos queriendo la libertad de la empatía con el planeta y otros goloseando el poder otorgado por el sometimiento? ¿Y qué hago, ahora, como un buen muerto? Nadie jamás se ha anunciado como vivo. Pero Cristo se anunció como el dios inmortal y resucitó al tercer día de su crucifixión. ¿Por qué nadie más lo ha hecho? Wow, el mundo se puso de cabeza…”. Y como persona moldeada por el sistema educativo, jamás pensé en la blasfemia de nombrarme a mí mismo como dios. ¿Cuánta humildad puede caber en un muerto? Entonces supuse:
“Los muertos piensan en dios”. Sin embargo, recordé a Nietzsche y enseguida me olvidé de la supuesta blasfemia: Dios ha muerto dijo. Claro, crucificaron a Cristo, su resurrección causó la misma atracción que un pozo petrolero y el poder de los judíos creció hacia arribísima, en el mundo entero, conformándose la cadena del poder actual; ¿acaso el petróleo no es otro ídolo? Si nunca vamos a morir, ¿dónde están los muertos? Los asesinos serían los verdaderos liberadores ¿y por eso van presos? Nah, si fuera así, las guerras la hubieran ganado los muertos, su rencor por el enemigo y su ego de inmortal destruiría filas enteras y cada uno de ellos se llamaría Legión, como la fila de demonios dentro de ese cuerpo judío, liberado por Cristo. ¿Acaso soy yo un demonio? ¿Acaso los muertos perdemos la conciencia y nos convertimos en soldados obedientes de la industria estatal, Haters, zombies controlados por Satán, sabedor de nuestra vida perenne? ¿Están los homo sapiens muertos de la Tierra viviendo el infierno de Platón? Y Nietzsche explicaba como todo lo temible para el hombre gregario es llamado dios o demonio, demonio se le llamó al Superhombre inventado por el filósofo. ¿Soy un superhombre? Y solo entonces me tranquilicé porque recordé a los superhéroes. Tal vez yo tengo una habilidad especial y por eso me escondería, cambiaría de identidad, ocultaría esta habilidad tan poderosa de curarse y regenerarse, como la cheerleader de la serie de TV: Heroes. Y ella dijo, lo recordé recuperando la paz en mi corazón, que el futuro no está escrito en una piedra, y pensé, quizás haya algo bueno en este mundo nuevo.
Vi la navaja en el lavabo, frente a mí, me atreví a caminar, a salir de la ducha sin sangre, sonora como una regadera pesada sobre un jardín. Tomé la navaja y me corté el cuello otra vez. Otra vez caí. Y con las justas la vi venir corriendo, a ella, hacia mí, ahora expresando una desesperación de la que no fui consciente. Me levantó de la arena, esta sirena mía, esta llorona cuyo nombre no quiero acordarme, cuyos gritos, mientras trataba, ya muy tarde, de arrastrarme hacia la ducha, solo decían “¡Te amo! ¡Te quiero conmigo! ¡Yo quería que me acompañes a vivir para siempre, conmigo, bajo el agua celestial de mi ducha rejuvenecedora! ¡Quería compartirte mi secreto más grande, mi secreto eterno!”. Eso fue lo último que recordé. Acá en la playa blanca de los muertos, habitada por las sirenas y los monstruos-mitos de las aventuras de Ulises, necesitan escritores honestos, escritores que denuncien el desastre del mundo, aunque ya no sienta la satisfacción de mi ego “bondadoso”. Quién sabe cómo publicarán mis historias, a quién poseerá el ángel o daimon de Sócrates o dios o dioses, para escribirlas en el mundo de los vivos. La incertidumbre con respecto a todas las preguntas incontestables de la vida, incluyendo la misma muerte, persiste en este mundo, porque las famosas soluciones fueron los mayores mitos de nuestro tiempo; fue la promesa de ellas la autora de las campañas por el sometimiento de la vida a este mundo, el de los muertos, y este mundo de los muertos pide sangre y almas para preservarse. Aunque a mí ya no me molesta. La paz prometida está aquí, porque ya no tenemos hambre, ni risa, ni dolor o amor y cuales vampiros desesperados por la nostalgia del mundo de los vivos, escribimos: solo eso hacemos, como condenados de la memoria. Las letras de los escritores nunca mueren. Y mi destino, así (no) me duela, nunca fue amarte, mi pequeño dulce inmortal.
-Don D. Dantés
(La Hyena)
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me encantó diego. qué buen ritmo. lo único: me hace falta un poco más la man.
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