Vivo inaugurando corazones de mujeres inexpertas.
Soy invisible
como la mueca,
como el pinche morboso pornófobo
loco, loco, loco,
que soy.
La pandereta que suena anuncia que mientras el ruido exista
desaparezco.
Comemos colmillos de tigre y vasos de vidrio.
Un conjunto de camellos en los corredores estrechos de un hospital;
castas de gente invisible que mide las cosas de las que goza.
Es en verdad un beneficio
la falta de juicio,
la marca invisible de la invisibilidad.
Soy un tórax y dos espejos,
un animal cursi,
un terreno dulce,
invisible invisibilidad.
En la ciudad que llora
soy asesino
cangrejo pintado de morbosidad
como la Perestroika,
los chismes,
las mazorcas,
los dinteles,
las fábricas,
los cables
y la electricidad.
En la Electro Ciudad
al cuerpo
los ojos tiemplan
mientras múltiples orgasmos encerrados,
enterrados,
vestidos de satanidad,
ocurren.
Dioses griegos y negros
y negros griegos
o polacos demasiado dulces
o eternos
en alguna parte de Europa Oriental.
Visitantes pasan y brindad desde un limosín cadillac.
Quedamos los deformes, los enterrados, los románticos, los gusanos.
Genios, geniecillos, nerds, grillos, zánganos, corruptos, mentirosos.
Los espacios de placer están copados.
Una coliflor para quien no come coliflor,
un brócoli para quien no como brócoli.
Como los ovnis, la CIA, las radios y las ondas.
Un señor intenta atraparlas con una bola amarilla atada por cordel en churo al resto de su aparato
escénico.
Soy escénico,
de nuevo encerrado,
enterrado,
inútil,
deforme.
Truly Gómez
2009 02 09
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