el sexo idiota

Ésta es nuestra colección de textos. Sexo Idiota es un grupo literario abierto. Nos reunimos de forma itinerante y poética en varios lugares de Quito.
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viernes, 8 de enero de 2010

Nuestros padres

Nuestros padres nos han desgraciado,

el vecino nos ha desgraciado.

Hay un desatino en la escritura,

les falta melancolía a mis palabras.

Soy demasiado joven para remitirme al yo,

para renunciar a la idea de la masa.

Con un poco de suerte no desgraciaré a mi hija,

ahora mi único nosotros es ella y yo.

No me pondré sentimental.

Pero,

es pensar qué hacer para escribir bien,

es este llanto que me vuelca de lado.

La fama del poeta triste que me abandona,

la que hace que tenga deseos masoquistas.

Presiento que mi vida no tiene suficiente desdicha,

que algo falta para que me inspire.

Ése presentimiento no basta

sigo haciéndole el quite al dolor.

Cómo escribir poesía alegre

y no ser cursi ni hippie.

Supongo que la salida es acercarse a la masa

y escribir sobre la miseria colectiva.

Soy corta de miras

Pero,

siento una luciérnaga en el pecho

un mínimo de calor

que hace que me indigne,

me llena de vómitos y rabietas.

Ése maldito bicho me mantiene entera,

entera y no integra digo,

a veces me traiciono.

Mi conflicto es que no me puedo salir del plan,

que al parecer no puedo entregarme a vivir las penas,

que me criaron para la risa.

Todo padre hace un poco desgraciado a su hijo,

los míos han hecho un trabajo incompleto.

Arraigaron en mí el germen pasado de moda,

el romanticismo fatal de buscar la felicidad.

Tal vez no es culpa de ellos,

tal vez es Simone de Beauvoir en mi adolescencia

o el mal camino de la danza.

Tal vez no es culpa de nadie y nací pasada de época,

me siento extraña queriendo ser feliz

ajena a la contemporaneidad egoísta del páramo.

En esta montaña hay un hombre que sueña conmigo,

has un libro me dice.

Lo escucho y mis veinte y dos años me dan ganas de llorar,

lo terrible es pensar que es posible

Que el libro sea bueno es otra cosa.

Y está mi hija.

No sé bien que hacer con mi tiempo

temo no estar presente,

temo desconectarme.

No quiero una hija esquizofrénica.

La pedagogía que me da de comer me atormenta

Y me quita el sueño.

Mis fallas maternas me hacen vulnerable,

a veces la veo dormir,

inevitable enternecerse.

Soy el doble de fuerte desde que ella está

Maldito sea este vicio

y el del movimiento.

Quiero pagar yo sola el precio,

detesto los arranques de creatividad.

En los momentos primordiales me arrebatan de ella,

me vuelven ajena.

No puedo escapar de la danza,

la palabra me tiene atada.

Todos los niños quieren una madre entera.

No quiero atender su almuerzo junto a Pina Bauch,

no quiero acompañar su sueño de la mano de Beauvoir,

no quiero cambiar la poesía por su abrazo,

ni siquiera sé si lo que escribo se puede llamar poesía.

No he parado de escribir desde los doce,

no creo que pueda detenerme ahora.

Menos posible es que pare de leer

Hay instantes en que maldigo los libros.

Entre sus páginas han transcurrido los últimos quince años.

Seguro que sino soy enteramente esquizoide al menos la mitad

el síndrome artístico del mundo paralelo.

Recuerdo que en los momentos de miedo leía a Salgari.

Me volví el come libros del cuento.

No podía dejar a Sandokan en medio de la tormenta

y a Yanez en manos de los piratas.

Todo el resto era aplazable,

era prescindible.

Lo maravilloso de un libro es que se puede dejar.

Yo no podía.

Me convertí en un vicioso cincuentón.

era una embarrada de tinta sobre las almohadas,

la vileza vestida de niña.

Me volví taimada,

robaba libros.

No sé bien cuando me calmé,

no me va tan mal ahora.

Pero,

siguen habiendo ocasiones

en que los libros me agarran del cuello,

me asfixian.

Y no puedo dejarlos

y me odio por ello.

Siento que en esos momentos

no soy una buena madre,

que esta cagada artística me está llevando lejos.

No me quiero subir en el carro del miedo,

no quiero que mi matriz dé a luz temor.

Debo tener la inocente ilusión del payaso,

hacer de los desengaños carcajadas

y abrazarme a estos dos vicios,

Abandonar las paredes de la paranoia.

Hacerme amiga.

Seguro todas las madres estamos locas,

tener a cargo algo que te sobrepasa

es una tarea de hormigas.

No atino a dar con las letras del final.

Imagino que seremos cuatro en un cuadro sobrenatural,

la danza y las letras

tendidas como césped verde.

Por ahí haremos el camino,

ya NO tendré el paso a diez centímetros sobre la tierra.

Dejaremos surcos,

construiremos fortaleza

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